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domingo, 25 de octubre de 2009

Los Pulperos de Las Grutas


En Las Grutas, la belleza y a veces magnificencia de algunas construcciones del balneario, contrasta con la denominada "Villa de los Pulperos".
Al sur de la ciudad se encuentran las precarias viviendas de quienes se dedican a la extracción del pulpo como medio de subsistencia.


Omar "Juncos" Montenegro había nacido en Trenel, provincia de La Pampa, pero residía desde hacía muchos años en Cipolletti, Río Negro, desde donde desarrollaba una fructífera tarea como cantautor.
Cuando comenzaba a obtener el merecido reconocimiento por su labor, un accidente automovilístico le costó la vida.
De su autoría es la canción que transcribimos, dedicada a los pulperos de la costa patagónica.
Además de su valor testimonial, vale como un homenaje personal a un amigo, un tipo fantástico que se fue demasiado pronto.


LOS PULPEROS

Letra y música: Omar Juncos

A poquitos metros de los caserones más lindos del barrio
se hace escasa el agua y el sol es mucho más bravo.
El invierno se hace duro sobre la piel inocente de los desamparados
y entre las huellas del monte se va la vida... pulpeando.

Hay que apretar la angustia cara al viento
cuando la costa queda en bajamar,
por la sal del silencio llorar la vida
y gambetear las piedras dele pulpear.

Hay que hacer un ranchito a piel de monte
para unos cuantos días nada más,
juntar leña de abrigo para los hijos
y gambetear las piedras dele pulpear.

Dura la vida simple de los pulperos
así como lo cuenta Natividad,
dura como la suerte de sus sueños
de gambetear las piedras dele pulpear.

"De chiquita mis padres me llevaban con ellos,
me dejaban con un tío ciego que me cuidaba
mientros ellos recorrían la costa,
caminando, dele pulpear, dele pulpear"

"Hay que hacer un ranchito en medio del monte
juntar algunas chapas viejas,
cargar con todos los hijos
por unos cuantos días... por unos cuantos días nada más"

Dura la vida simple de los pulperos
así como lo cuenta Natividad,
dura como la suerte de sus sueños
de gambetear las piedras dele pulpear.

Las Grutas










El más importante balneario de la Patagonia se halla ubicado 15 kilómetros al sur de San Antonio Oeste y desde hace aproximadamente dos décadas experimenta un vertiginoso crecimiento.

Algunos datos

Fuente: página web oficial (http://www.lasgrutasrn.com.ar)

La villa balnearia es de marcado estilo mediterráneo en su zona costera. Cuenta con una interesante historia y es el primer centro turístico costero de la provincia de Río Negro y el segundo lugar de afluencia de turistas de la provincia, después de San Carlos de Bariloche.
Su paisaje no dista mucho del resto de la costa patagónica, mezcla de acantilados con grutas (los cuales le dan el nombre al balneario) con amplias zonas de médanos.
Su clima es semiárido, con escasas lluvias y con una temperatura que en verano va desde los 14 hasta los 38°C, con promedios térmicos de 30°C. Las precipitaciones pluviales son muy escasas y no superan los 250 mm anuales.
Por su latitud geográfica, posee una gran luminosidad estival, con aproximadamente 12 horas de luz solar a pleno.
Las temperaturas de sus aguas son las más cálidas del litoral marítimo, en algunos sectores alcanzan los 27°C con un promedio de 24°C para todo el Golfo San Matías. El mar se caracteriza también por su intenso color azul y por la transparencia y alta concentración de sales y yodo, factores que le otorgan un alto valor hipertónico, especialmente para niños y ancianos.
Posee una población estable de aproximadamente 3.000 habitantes, y una afluencia de, aproximadamente, 250.000 turistas durante la temporada alta (estival), desde el 15 de diciembre hasta el mes de febrero.
A la villa se le trata de dar una imagen en su arquitectura costera similar a Casapueblo en Punta Ballena, Uruguay, siguiendo las ideas del artista plástico Carlos Páez Vilaró lo cuál le da un toque muy especial, marcando un contraste del blanco de sus construcciones y diseño de costanera, con el azul profundo de sus aguas.
Es un lugar de descanso y salud, donde se pueden realizar terapias alternativas tales como: talasoterapia (aprovechando las propiedades curativas del mar, de las algas, del barro, del aire y todo el ambiente marino), caminatas, meditación, práctica de múltiples disciplinas y artes, en extensas pasivas playas. Todo abarcaría un esquema integral de recuperación física y mental.
Es el lugar ideal para viajes de estudios, tanto para alumnos del nivel primario, secundario, como universitario, tomando como objetivo la investigación y el reconocimiento de la naturaleza en todos sus aspectos (ámbito marino, meseta patagónica, geología, paleontología y otras ciencias).
Es un área de interés científico en relación a la flora, fauna y en especial a las aves migratorias y los ambientes que conforman el área de reproducción, descando y alimentación de las mismas.
Una mención especial merece la nutrida colonia de loros barranqueros que anida en los acantilados.
También es un ambiente ideal para jornadas competencias para parapentistas profesionales en un ámbito óptimo en relación a los factores atmosféricos, con vistas magníficas de la fusión de la meseta con el mar.
Y como agregado puede disfrutarse de la gastronomía artesanal en pescados y mariscos, de los vinos finos de la zona fría Rionegrina o de los espectáculos artísticos asociados a la Fiesta Nacional del Golfo Azul que se celebra en el mes de febrero, o por qué no de los playeros como el ya famoso Bikini Open anual.

El Gualicho









El Gran Bajo del Gualicho es una depresión natural de 70 metros bajo el nivel del mar ubicada sobre la Ruta Provincial Nº 2 a 45 Km. de San Antonio Oeste.
Aquí se encuentra la Salina del mismo nombre en la que la empresa ALPAT (Álcalis de la Patagonia) extrae el cloruro de sodio necesario para la fabircación de Soda Solvay.

Los Altares






Aproximadamente a mitad de camino entre el mar y la cordillera, sobre la Ruta Nacional Nº 25 que atraviesa la provincia de Chubut, siguiendo en gran parte el cauce del río del mismo nombre, se encuentran estos impresionantes farellones de piedra rojiza que dan nombre al valle y al pequeño paraje ubicado en él.
Los Altares cuenta con una estación de servicio del Automóvil Club Argentino que posee un motel.
La población se estima en 200 personas que viven la realización de tareas rurales y artesanías con las piedras del lugar.
Como en la mayoría de la estepa patagónica, el viento es el gran protagonista de la zona en gran parte del año.
Estas imágenes fueron tomadas el viernes 23 de octubre de 2009 con ráfagas de casi 100 Km./h.

martes, 29 de septiembre de 2009

Mi ciudad bajo el humo












Desde hace un tiempo estas imágenes circulan por la red estas imágenes en una presentación tipo "Power-Point" bajo el título "La Plata ahumada".
Estimamos que su autor, Alejandro Dinamarca, ha querido compartirlas con la mayor cantidad posible de internautas.
Por eso, y a sugerencia de Eleonora hoy las publicamos dejando constancia que nada tenemos que ver con la autoría de esta verdadera muestra de como la fotografía es, en determinados casos, una obra de arte.
Sabemos que las imágenes, tomadas en La Plata y Tolosa en abril de 2008, fueron una consecuencia más de las "medidas de fuerza" aplicadas por la oligarquía terrateniente de la pampa húmeda para extorsionar al gobierno nacional a fin de que dejara sin efecto el aumento de las retenciones a las exportaciones de soja.
En este caso la quema intencional de pastizales al norte de Buenos Aires, más allá de los graves inconvenientes causados a la ciudadanía (hubo, por ejemplo accidentes automovilísticos que obligaron a clausurar rutas nacionales y provinciales, además de gran cantidad de afecciones respiratorias), dejó la belleza de estas imágenes captadas por un ojo sensible.

miércoles, 16 de septiembre de 2009

Camila





Fueron más de 16 años...
Todavía recordamos con Marta la tarde del 2 de abril de 1993 cuando la vimos mendigando cariño, abrigo y algo para comer, esquivando autos en la avenida Ángel Gallardo.
Calculamos que habría nacido a mediados de enero y la bautizamos "Camila".
Fue un ejemplar típico de su especie: seductora y déspota, mimosa e irascible, tierna y egoísta... pero sobre todo terriblemente traviesa.
Un ejemplar digno del odio o por lo menos de la incomprensión de los que sin que le preguntes nada te espetan "A mí me gustan más los perros que los gatos" y agregan "Son más fieles ¿viste?" como si los valores de la especie humana fuesen aplicables a toda la creación
El domingo 13 de septiembre, pasado el mediodía dejó un enorme vacío en nuestro departamento y ahora descansa en un bosque cercano a la ciudad.
Es seguro que no entenderán ni una pizca de este tremendo dolor que sentimos quienes opinan que "antes de ocuparse de perros o gatos abandonados deberían hacer lo propio con niños" como si ambas tareas fueran incompatibles.
Pero por suerte no son pocos los que saben que cuando se pierde una mascota la familia queda con un integrante menos, por todo lo que nos brindan estas criaturas en sus vidas, desgraciadamente tan cortas.
Y aunque nunca más veremos sus piruetas y poses afectadas delante de la máquina fotográfica siempre estará dentro nuestro por todos los momentos lindos que vivimos juntos.
Chau, Camilita, o a lo mejor... hasta dentro de un tiempo.


Osvaldo Soriano y los gatos

Fragmento de "Educación Sentimental" del entrañable "Gordo" Osvaldo Soriano, que cada día nos hace más falta... publicado en Página 12, el domingo 28 de noviembre de 1993

El día que nací había un gato esperando al otro lado de la puerta. Mi padre fumaba en Mar del Plata, en el patio. Mi madre dice que fue un parto difícil, a las cuatro y veinte de la tarde de un día de verano. El sol rajaba la tierra. Los jóvenes Borges y Bioy Casares paraban cerca de ahí, en Los Troncos alucinando las historias de don Isidro Parodi. A Borges lo seguían los gatos. En una de sus fotos más hermosas está junto a María Kodama, que tiene uno en brazos; Borges lo acaricia como a un amigo.
A mí un gato me trajo la solución para Triste, solitario y final. Un negro de mirada contundente, muy parecido a Taki, la gata de Chandler. Otro, el negro Veni, me acompañó en el exilio y murió en Buenos Aires. Hubo uno llamado Peteco que me sacó de muchos apuros en los días en que escribía A sus plantas rendido un Ieón. Viví con una chica alérgica a los gatos y al poco tiempo nos separamos.
En París, mientras trabajaba en El ojo de la patria, en un quinto piso inaccesible, se me apareció un gato equilibrista caminando por la canaleta del desagüe. Para sentirme más seguro de mi mismo puse un gato negro al comienzo y uno colorado al final de Una sombra ya pronto serás. Para decirlo mal y pronto: hay gatos en todas mis novelas. Soy uno de ellos, perezoso y distante. Aunque nunca aprendí la sutileza de la especie. Ahora mismo, una de mis gatas se lava la manos acostada sobre el teclado y tengo que apartarla con suavidad para seguir escribiendo.
Hace cinco meses que no prendemos un cigarrillo. Juntos sufrimos el vejamen de la abstinencia y la vida limpia. Hace unos meses esta habitación era un quemadero de fragancias maravillosas. Tabacos de la Argentina, de Cuba y de Holanda, ya no; resignamos algo de la utilería que compone a los duros: cigarrillos, sombrero, impermeable, el revólver de juguete. Los fantásticos vampiros de Matheson, entre los que estaban Laurel y Hardy, y el realismo romántico de Chandler, sobreviven a las modas y las vanguardias porque el lector quiere verse ahí en sangre de papel. Necesita leer sus miedos.
Con eso Stephen King escribe ahora una obra excesiva e inquietante. En uno de sus libros, un personaje acusa de plagiario al narrador, le mata el gato y se lo deja frente a la puerta. Es un momento insoportable en la literatura de terror. Algo cercano a los escalofriantes efectos de H.P. Lovecraft. Todos los escritores con corazón se han ganado un gato que los sigue y los protege. Tal vez el de Gibbins, cercado por el fuego, le haya pedido auxilio en nombre de los gatos inspiradores: el del Dante, el de Baudelaire, el de Lewis Carrol, el de Borges. Y ahí fue el director de pobres películas, a purificarse en el incendio y cumplir con el ritual de todos los demonios.
Un escritor sin gato es como un ciego sin lazarillo. No es posible usar al gato para nada personal, no hay manera de privatizarlos. En La noche americana, Francois Truffaut aconseja a los realizadores de cine no meterse jamás con un gato en acción. También me lo dijo Hector Olivera a la hora de escribir el guión de Una sombra ya pronto serás. ¿Cómo hacer para que dos gatos de cine interpreten disciplinadamente a los que aparecen en la novela? Yo los puse en el libreto nada más que para aplacar mis miedos. Con una sonrisa; Olivera me dijo que estaba loco: un gato actor, el negro, tendría que seguir al personaje de Miguel Angel Solá, lavarse a su lado. comerse una laucha y echarse a dormir. El otro, un colorado, aparece al final, poco después que Pepe Soriano, el Coluccini de la película, haya tenido una charla con Dios.
Olivera decidió que no hubiera gatos, pero creo que estoy a tiempo de convencerlo de que ponga al menos una silueta. Cuando hablábamos de eso, todavía Gibbins no se había arrojado al incendio. Yo creía, Dios me perdone, que Matheson se había muerto de viejo. Pero no: allí estaba, peleando frente al fuego, apartando maderas en llamas, abriendo un camino para que su gato pudiera escapar con él. En el revoltijo alcanzó a salvar una carpeta con su último manuscrito. Es que siempre cuando uno rescata un manuscrito, hay un gato adentro.
Cuando yo era chico mi gato Pulqui era mono, león, pirata y bandolero. Yo lo acechaba entre las plantas del jardín y me le tiraba encima con el cuchillo de madera entre los dientes. Ahora mi hijo combate contra la gata Virgula que le devuelve los golpes. Son arañazos de mentira, en un revoltijo de sillas volteadas y malvones floridos. Las suyas, como las mías antes, son fantasías de selvas y mares, de castillos y mosqueteros. Esos años felices e irrecuperables en los que uno aprende, si aprende algo, que los gatos nos traen a domicilio el misterio de la creación.
Chandler les atribuía toda la sabiduría y creía que provocaban la explosión creadora. Un día le pidieron que hablara de Philip Marlowe y prefirió que fuera Taki la que la hiciera por él. Pretendía que era la gata quien escribía sus novelas bien entrada la noche: A mí suele pasarme algo parecido. Richard Matheson perdió todo: la casa, los muebles y los premios, pero alcanzó a salvar lo esencial: esa mirada que lo sostiene por las noches, cuando la palabra no viene y la novela no avanza. Esa mirada que nos atornilla al sillón, ese ronroneo que precede a la llegada del diablo. Poe, Lovecraft y Matheson asociaron los gatos al horror; en los dibujos animados Willam Hanna y Joe Barbera le dieron a Tom el papel de víctima y al ratón Jerry el de la picardía.
El gato Félix fue un gran héroe yanqui de los año treinta, puritano y travieso. El Fritz the Cat, de Ralph Baskhi y Robert Crumb, sintetizó los eróticos y crueles años de mi juventud; apareciendo en 1968, Fritz es el primer gato de dibujo que vuelve de Vietnam, se droga, callejea de un prostíbulo a otro, fuma como un escuerzo, duerme con las mejores chicas, incluida su hermana, y termina asesinado por una gata vieja a la que había abandonado en tiempos mejores. En cambio, Walt Disney detestaba a los gatos. Recién en 1970 se decidió a crear un personaje que, por supuesto, no le dejó éxito ni plata. Disney era uno de esos tipos que nunca se hacen querer por los gatos. Creo que fue Chandler quien lo dijo. No se si en la biografía del detective Marlowe o en la propia.
Hace unos días, una investigadora que prepara un libro de reportajes a escritores argentinos nos pidió a sus entrevistados que trazáramos cada uno una breve autobiografía. ¿Cómo hacerlo? ¿Cómo hablar de nosotros si no sabemos quienes somos? Le dije que yo no tengo biografía. Me la van a inventar los gatos que vendrán cuando yo esté, muy orondo, sentado en el redondel de la luna.

jueves, 6 de agosto de 2009

Retiro











El entorno de las Plazas San Martín y Fuerza Aérea Argentina en Retiro es una de las tantas zonas de contraste de la capital argentina.
Hacia el Sur, la soberbia opluencia del Hotel Sheraton y el edificio Kavanagh, todo un símblo arquitectónico de la ciudad.
La calle Florida, preferida de los turistas que visitan el país nace en el sector.
Al norte, las terminales ferroviarias sobre la avenida Ramos Mejía por donde circulan diariamente más de un millón de personas; los puestos de venta callejeros y sitios de comida al paso donde son habituales las especialidades paraguayas y bolivianas.
En el centro de la plaza "Fuerza Aérea Argentina" se encuentra la "Torre Monumental", todavía conocida por el nombre que lució hasta 1982 "Torre de los Ingleses". La plaza también fue rebautizada en esa fecha, hasta ese momento se llamó "Plaza Britannia"


CANTO AL ESTRELLA DEL NORTE

Fuente: Diario Página/12 escrita por Pablo Donadio

Exhaustos. Así esperaban en el andén tras largos meses de arduo trabajo los obreros norteños que ponían de pie la próspera Buenos Aires. En cada nueva construcción trabajaban obreros salteños, tucumanos, santiagueños y jujeños, que llegaban a la metrópoli porteña en busca de empleo. Pero esa piel curtida, el rostro cansado y las manos sedientas de descanso tenían un objetivo: hacer algo de plata para llevar a las familias que esperaban en el pago.Entonces la llegada del descanso y el tiempo de las fiestas cargaba con las esperanzas y devolvía la alegría contenida. Y en ese escenario planteado entre el hombre y su tierra, había otro un actor principal, llamado Estrella del Norte. El tren cobraba un papel preponderante al ser el medio para retornar nuevamente al hogar, y su viaje era toda una experiencia. En la estación comenzaban los abrazos, prevalecían las sonrisas y brotaban las lágrimas de emoción.El Estrella ya era parte de ese pueblo añorado que se hacía presente en los hermanos, en las guitarras y los bombos, en el vino y la fiesta, en el ambiente que parecía latir desde las peñas lejanas. Catorce horas, tal vez 16 si la máquina se demoraba, pero qué importaba… esas horas eran un verdadero carnaval sobre los rieles, con la música como protagonista de una historia que tiempo después fue canción.
El legendario tren Estrella del Norte, transportó desde 1914 y durante 80 años a miles de trabajadores norteños, fue inmortalizado por Roberto Cantos con su tema “Retiro al Norte”. Recuerdos de los viajes y del regreso de los obreros al pago en la voz de algunos protagonistas de la experiencia que se transformó en canción.
Se sabe: es por medio de los músicos y su canto por donde la vida de las provincias del Norte mejor se expresa. “Yo hacía la colimba en Ezeiza y tenía francos cada 15 días, así que era una suerte volver a Santiago en el Estrella, que pasaba por una infinidad de pueblos paralelos a la Ruta 34. En época de fiestas los vagones estaban absolutamente llenos, y hasta en los fuelles viajaban personas. A eso de las seis comenzaba la joda en cada coche: guitarreada, contada de cuentos, timbeadas… una maravilla.” El que cuenta es el santiagueño Roberto Cantos, integrante del Dúo Coplanacu, uno de los conjuntos folklóricos más representativos de la actualidad.
Años después volvieron los recuerdos que transmitía ese viaje y Roberto compuso “Retiro al Norte”, el corte de difusión del disco que también lleva ese nombre. “Uno nunca sabe del todo cómo es eso de componer un tema, pero esa experiencia fue muy profunda. Estoy muy contento de que a tanta gente, incluso colegas, le haya pegado tanto la canción. Por eso siempre digo que lo importante no es quién la haya escrito sino que se cante. La canción es de quien la canta.”
El tema es también interpretado por La Juntada, “banda” integrada por los Coplanacu, Peteco Carabajal y Raly Barrionuevo, que se reúne en algunas ocasiones para compartir la canción como una forma de homenajear la historia musical de la tierra de las chacareras. El mismo Raly Barrionuevo ha hecho del tema parte habitual de su repertorio privado: “Yo tengo algunas canciones que son muy queridas, y ‘Retiro al Norte’, escrita por mi amigo Roberto, es una canción hermosa que relata los días en que los changos volvían a sus pagos luego de trabajar en Buenos Aires, envueltos en una fiesta. Es una canción que me ha llegado mucho desde el primer momento en que la he escuchado, y es un placer interpretarla”.
Cuentan, quienes vivieron la experiencia, que el Estrella del Norte fue uno de los servicios que hicieron historia, junto a El Panamericano (1929-1942), El Cordobés (1938), El Tucumano (1938-1964), El Aconquija (1963-1969), el Expreso Buenos Aires-Tucumán (1969-1980), El Independencia (1981-1989), el Ciudad de Tucumán (1980), El Tucumano (1992-1993), el Mixto (1960-1989) y el Mar y Sierras (1970-1978).
El Estrella del Norte fue inaugurado en 1914 y cumplió servicios hasta su suspensión en la década del ‘90, recordada entre otras cosas por la privatización de los ferrocarriles durante el gobierno de Carlos Menem. La desaparición de los trenes no sólo desunió el territorio sino que condujo a la desaparición de cientos de pueblos, llevó a la calle a miles de obreros, dejó en la miseria a muchas familias y anuló la comunicación que favorecía la productividad y beneficiaba a gran parte de la sociedad.
Pero, en aquellos días, el trayecto del Estrella invitaba a la aventura, a ver qué había cambiado de aquellos pueblitos intermedios y qué sorpresas se encontraría en el hogar, en la frecuencia que unía Retiro con Rosario, La Banda (Santiago del Estero) y Tucumán, como grandes paradas, además de Forres, Fernández, Herrera, Colonia Dora, Pinto, Ceres, Rafaela, Gálvez y Rosario Norte: “Nos conectaba con Buenos Aires para los que vivíamos lejos. Yo era de Tucumán, y mi casa de la calle Catamarca 810 quedaba junto a los talleres de Vía y Obras por aquel tiempo. La vivienda tenía salida hacia el andén Nº 1, y desde allí observaba arribos y partidas, y junto a los limpiacoches y personal de mantenimiento recorría la formación y daba un paseíto con las maniobras para llevar el tren al lavadero, o llevaba bolsos y maletas hasta el sector de taxis a los pasajeros de cada tren recién llegado. En mi adolescencia, una vez llegué a la oficina desde donde se hablaba con un micrófono para dar informes a los pasajeros, y me adueñé del micrófono del Estrella con la autorización del empleado. Fue glorioso”, cuenta Guillermo Ramos, tucumano, hoy residente en Buenos Aires.
El Estrella comenzó circulando una vez por semana, pero fue aumentando sus frecuencias hasta llegar a ser diario en la década del ‘60, con cuatro trenes diarios y miles de pasajeros que hicieron de su servicio uno de los más importantes de Latinoamérica. En su destino final, Tucumán, se podía combinar con otros trenes al Norte e incluso llegar a Bolivia, y también en la misma estación se podía seguir viaje con empresas de ómnibus hacia Salta y Jujuy.
Paralelamente, en La Banda tenía una combinación por ómnibus a la ciudad de Termas de Río Hondo. Era un tren convencional, sin ningún tipo de lujos, y con tarifas muy accesibles; pero su formación fue mejorando con el tiempo, comenzando a correr con los modernos coches dormitorio metálicos ingleses, restaurantes y coches cama. “En su momento era casi una extensión en mi vida, porque mi papá era ferroviario y, viviendo nosotros en un pueblo con el resto de la familia en Buenos Aires, significaba el medio de transporte usado para visitarlos cada cuatro o cinco meses. Además, Ceres (Santa Fe) se desarrolló prácticamente gracias al ferrocarril. Era tal la dependencia del pueblo que si alguien preguntaba a qué distancia quedaba Buenos Aires, decíamos a doce horas en el Estrella. La primera vez que vi nevar (nevisca en realidad) fue justamente arriba del tren. Llegábamos a Baradero y del cielo empezaron a caer copitos de hielo que se adherían a las ventanillas. El tren paró y los pasajeros bajaron para sentirlo en la cara. Duró unos pocos minutos, pero para mí, que tendría diez años, fue una eternidad. Aún me acuerdo de los asientos de cuerina verde y el olor a lustre”, cuenta Elina Boichenco, santafesina residente hoy en Capital Federal.
El 10 de marzo de 1993 salió desde Retiro el último tren con un puñado de pasajeros repartidos en los vagones, para ya no volver. En la actualidad, la empresa Ferrocentral tiene dos servicios semanales a Tucumán que paran en seis estaciones de las dieciocho que enlazaba el Estrella del Norte, cuya historia registra un total de 56.210 viajes, con unos 64.978.760 kilómetros recorridos. Y unos 84.315.000 pasajeros transportados, algo más de tres veces la población de nuestro país en el año 1980. Los números demuestran que fue el tren que más viajes realizó, más pasajeros llevó y más kilómetros recorrió. El Estrella del Norte es, sin duda, la estrella que más al Norte se encuentra en el universo místico de los famosos trenes larga distancia.


RETIRO AL NORTE
Letra y música: Roberto Cantos

Retiro al norte lleva una estrella por la via
Carnavaleando la desnudez de los que vuelven
Vuelven al pueblo como terrones de esperanza
El tren los lleva dejando atrás todo el silencio
Un año más es carnaval pa'darse cuenta
El desarraigo se les ahoga en el abrazo
Son ellos los del viaje tierra adentro
Fugitivos de la historia maltratada
Sangre adentro con el vino
Cantan y bailan pa'l carnaval

Abren el pecho el tiempo arranca y los devuelve
Respiran odio quieren guardar todo el paisaje
Nunca se han ido tropiezan con la infancia
Llevan la polvareda siempre nublándoles la sombra
Un año más es carnaval pa'darse cuenta
El desarraigo prende al fondo del corazón
Son ellos los del viaje tierra adentro
Fugitivos de la historia maltratada
Sangre adentro con el vino
Cantan y bailan pa'l carnaval
Sangre adentro con el vino
Cantan y bailan pa'l carnaval



La esperanza en el andén

Por Romualda Romero

http://laestrella.elerlich.com

Crecí mudándome de barrio varias veces. No tengo recuerdos de uno en especial al que pudiera considerarlo como mío. Hay una niebla borrosa y habitaciones donde se armaban y desarmaban cajas, hasta que acabamos en un último lugar, en la periferia urbana. Un barrio con el cielo de metal y gente que ya nacía triste.
Pero siempre tuve la casa de mi abuela. Todavía está ahí, como cuando era chica y el verano era algo para meterse adentro y hacerle cosquillas a las cosas. Jugábamos a la escondida en las veredas, detrás de los árboles; cansábamos la tarde en bicicleta a fuerza de dar vuelta a la manzana; nos agarraba la noche como si el día no hubiese sucedido.
Mi abuela y los vecinos salían en reposeras a la vereda. Dejaban la luz de los zaguanes prendida y conversaban a través de la calle sin necesidad de levantar la voz. Los chicos ligábamos palmeritas, bocaditos de sobremesa, galletas boca de dama, en una ronda distinta a los dos o tres mates circulantes según el gusto en cuestión. Había uno amargo - ¡no se te vaya a escapar ponerle azúcar al marroncito! - otro dulce, uno con cascarita, y los tres iban y venían como las naranjas con las que los malabaristas del desempleo juegan en los semáforos de la ciudad.
Eso era siempre, feriados y días de semana. Un rito mantenido con la fuerza de aquello que se sabe que no volverá.
Después cada uno migraba para adentro, recogía las banquetas y los yerberos, y se iba tendiendo un mantel de silencio, soplado sólo por una vibración. Empezaba en un escozor de las hojas del patio de luz, seguía en el temblequeo de los vidrios cortados de la medianera, y se hacía grande en el piso, las paredes y la araña del comedor.
A eso de las doce pasaba el tren.
Las vías estaban a una cuadra de la casa, y ahí donde iban a morir los petardos que sobraban de año nuevo, por la noche se deslizaba una maquina larga y poderosa, con aliento a utopía y libertad.
Cuando nos agarraba en la vereda, yo me quedaba embobada mirando pasar al tren, hipnotizada como nada más volví a estar en las hogueras de la adolescencia y cuando la partera me entregó al nene y lo tuve en mis brazos por primera vez.
El tren pasaba hacia allá. Iba apurado hacia la vida, con las luces prendidas y coche comedor.
Un día que me vio quietita ahí, como una nube de sueños, mi abuela me apoyó las manos en los hombros, y se me quedó parada atrás.
- Vos vas a ir ahí ariba, Romita. Un día vas a irte lejos y me vas a mandar una postal.
Yo aprendí a leer señalando las letras despintadas del Estrella del Norte. Eso me han dicho. Y si así no ha sido, elijo que haya sido así.
Ahí empezó mi viaje, el único que a esta altura me importa. Mi primera literatura fue un letrero de trenes.
Cuando los trenes eran argentinos, como los mejores libros del mundo. Y nuestros libros, una zona liberada. Una tierra de utopía y libertad.