El entorno de las Plazas San Martín y Fuerza Aérea Argentina en Retiro es una de las tantas zonas de contraste de la capital argentina.
Hacia el Sur, la soberbia opluencia del Hotel Sheraton y el edificio Kavanagh, todo un símblo arquitectónico de la ciudad.
La calle Florida, preferida de los turistas que visitan el país nace en el sector.
Al norte, las terminales ferroviarias sobre la avenida Ramos Mejía por donde circulan diariamente más de un millón de personas; los puestos de venta callejeros y sitios de comida al paso donde son habituales las especialidades paraguayas y bolivianas.
En el centro de la plaza "Fuerza Aérea Argentina" se encuentra la "Torre Monumental", todavía conocida por el nombre que lució hasta 1982 "Torre de los Ingleses". La plaza también fue rebautizada en esa fecha, hasta ese momento se llamó "Plaza Britannia"
CANTO AL ESTRELLA DEL NORTE
Fuente: Diario Página/12 escrita por Pablo Donadio
Exhaustos. Así esperaban en el andén tras largos meses de arduo trabajo los obreros norteños que ponían de pie la próspera Buenos Aires. En cada nueva construcción trabajaban obreros salteños, tucumanos, santiagueños y jujeños, que llegaban a la metrópoli porteña en busca de empleo. Pero esa piel curtida, el rostro cansado y las manos sedientas de descanso tenían un objetivo: hacer algo de plata para llevar a las familias que esperaban en el pago.Entonces la llegada del descanso y el tiempo de las fiestas cargaba con las esperanzas y devolvía la alegría contenida. Y en ese escenario planteado entre el hombre y su tierra, había otro un actor principal, llamado Estrella del Norte. El tren cobraba un papel preponderante al ser el medio para retornar nuevamente al hogar, y su viaje era toda una experiencia. En la estación comenzaban los abrazos, prevalecían las sonrisas y brotaban las lágrimas de emoción.El Estrella ya era parte de ese pueblo añorado que se hacía presente en los hermanos, en las guitarras y los bombos, en el vino y la fiesta, en el ambiente que parecía latir desde las peñas lejanas. Catorce horas, tal vez 16 si la máquina se demoraba, pero qué importaba… esas horas eran un verdadero carnaval sobre los rieles, con la música como protagonista de una historia que tiempo después fue canción.
El legendario tren Estrella del Norte, transportó desde 1914 y durante 80 años a miles de trabajadores norteños, fue inmortalizado por Roberto Cantos con su tema “Retiro al Norte”. Recuerdos de los viajes y del regreso de los obreros al pago en la voz de algunos protagonistas de la experiencia que se transformó en canción.
Se sabe: es por medio de los músicos y su canto por donde la vida de las provincias del Norte mejor se expresa. “Yo hacía la colimba en Ezeiza y tenía francos cada 15 días, así que era una suerte volver a Santiago en el Estrella, que pasaba por una infinidad de pueblos paralelos a la Ruta 34. En época de fiestas los vagones estaban absolutamente llenos, y hasta en los fuelles viajaban personas. A eso de las seis comenzaba la joda en cada coche: guitarreada, contada de cuentos, timbeadas… una maravilla.” El que cuenta es el santiagueño Roberto Cantos, integrante del Dúo Coplanacu, uno de los conjuntos folklóricos más representativos de la actualidad.
Años después volvieron los recuerdos que transmitía ese viaje y Roberto compuso “Retiro al Norte”, el corte de difusión del disco que también lleva ese nombre. “Uno nunca sabe del todo cómo es eso de componer un tema, pero esa experiencia fue muy profunda. Estoy muy contento de que a tanta gente, incluso colegas, le haya pegado tanto la canción. Por eso siempre digo que lo importante no es quién la haya escrito sino que se cante. La canción es de quien la canta.”
El tema es también interpretado por La Juntada, “banda” integrada por los Coplanacu, Peteco Carabajal y Raly Barrionuevo, que se reúne en algunas ocasiones para compartir la canción como una forma de homenajear la historia musical de la tierra de las chacareras. El mismo Raly Barrionuevo ha hecho del tema parte habitual de su repertorio privado: “Yo tengo algunas canciones que son muy queridas, y ‘Retiro al Norte’, escrita por mi amigo Roberto, es una canción hermosa que relata los días en que los changos volvían a sus pagos luego de trabajar en Buenos Aires, envueltos en una fiesta. Es una canción que me ha llegado mucho desde el primer momento en que la he escuchado, y es un placer interpretarla”.
Cuentan, quienes vivieron la experiencia, que el Estrella del Norte fue uno de los servicios que hicieron historia, junto a El Panamericano (1929-1942), El Cordobés (1938), El Tucumano (1938-1964), El Aconquija (1963-1969), el Expreso Buenos Aires-Tucumán (1969-1980), El Independencia (1981-1989), el Ciudad de Tucumán (1980), El Tucumano (1992-1993), el Mixto (1960-1989) y el Mar y Sierras (1970-1978).
El Estrella del Norte fue inaugurado en 1914 y cumplió servicios hasta su suspensión en la década del ‘90, recordada entre otras cosas por la privatización de los ferrocarriles durante el gobierno de Carlos Menem. La desaparición de los trenes no sólo desunió el territorio sino que condujo a la desaparición de cientos de pueblos, llevó a la calle a miles de obreros, dejó en la miseria a muchas familias y anuló la comunicación que favorecía la productividad y beneficiaba a gran parte de la sociedad.
Pero, en aquellos días, el trayecto del Estrella invitaba a la aventura, a ver qué había cambiado de aquellos pueblitos intermedios y qué sorpresas se encontraría en el hogar, en la frecuencia que unía Retiro con Rosario, La Banda (Santiago del Estero) y Tucumán, como grandes paradas, además de Forres, Fernández, Herrera, Colonia Dora, Pinto, Ceres, Rafaela, Gálvez y Rosario Norte: “Nos conectaba con Buenos Aires para los que vivíamos lejos. Yo era de Tucumán, y mi casa de la calle Catamarca 810 quedaba junto a los talleres de Vía y Obras por aquel tiempo. La vivienda tenía salida hacia el andén Nº 1, y desde allí observaba arribos y partidas, y junto a los limpiacoches y personal de mantenimiento recorría la formación y daba un paseíto con las maniobras para llevar el tren al lavadero, o llevaba bolsos y maletas hasta el sector de taxis a los pasajeros de cada tren recién llegado. En mi adolescencia, una vez llegué a la oficina desde donde se hablaba con un micrófono para dar informes a los pasajeros, y me adueñé del micrófono del Estrella con la autorización del empleado. Fue glorioso”, cuenta Guillermo Ramos, tucumano, hoy residente en Buenos Aires.
El Estrella comenzó circulando una vez por semana, pero fue aumentando sus frecuencias hasta llegar a ser diario en la década del ‘60, con cuatro trenes diarios y miles de pasajeros que hicieron de su servicio uno de los más importantes de Latinoamérica. En su destino final, Tucumán, se podía combinar con otros trenes al Norte e incluso llegar a Bolivia, y también en la misma estación se podía seguir viaje con empresas de ómnibus hacia Salta y Jujuy.
Paralelamente, en La Banda tenía una combinación por ómnibus a la ciudad de Termas de Río Hondo. Era un tren convencional, sin ningún tipo de lujos, y con tarifas muy accesibles; pero su formación fue mejorando con el tiempo, comenzando a correr con los modernos coches dormitorio metálicos ingleses, restaurantes y coches cama. “En su momento era casi una extensión en mi vida, porque mi papá era ferroviario y, viviendo nosotros en un pueblo con el resto de la familia en Buenos Aires, significaba el medio de transporte usado para visitarlos cada cuatro o cinco meses. Además, Ceres (Santa Fe) se desarrolló prácticamente gracias al ferrocarril. Era tal la dependencia del pueblo que si alguien preguntaba a qué distancia quedaba Buenos Aires, decíamos a doce horas en el Estrella. La primera vez que vi nevar (nevisca en realidad) fue justamente arriba del tren. Llegábamos a Baradero y del cielo empezaron a caer copitos de hielo que se adherían a las ventanillas. El tren paró y los pasajeros bajaron para sentirlo en la cara. Duró unos pocos minutos, pero para mí, que tendría diez años, fue una eternidad. Aún me acuerdo de los asientos de cuerina verde y el olor a lustre”, cuenta Elina Boichenco, santafesina residente hoy en Capital Federal.
El 10 de marzo de 1993 salió desde Retiro el último tren con un puñado de pasajeros repartidos en los vagones, para ya no volver. En la actualidad, la empresa Ferrocentral tiene dos servicios semanales a Tucumán que paran en seis estaciones de las dieciocho que enlazaba el Estrella del Norte, cuya historia registra un total de 56.210 viajes, con unos 64.978.760 kilómetros recorridos. Y unos 84.315.000 pasajeros transportados, algo más de tres veces la población de nuestro país en el año 1980. Los números demuestran que fue el tren que más viajes realizó, más pasajeros llevó y más kilómetros recorrió. El Estrella del Norte es, sin duda, la estrella que más al Norte se encuentra en el universo místico de los famosos trenes larga distancia.
RETIRO AL NORTE
Letra y música: Roberto Cantos
Retiro al norte lleva una estrella por la via
Carnavaleando la desnudez de los que vuelven
Vuelven al pueblo como terrones de esperanza
El tren los lleva dejando atrás todo el silencio
Un año más es carnaval pa'darse cuenta
El desarraigo se les ahoga en el abrazo
Son ellos los del viaje tierra adentro
Fugitivos de la historia maltratada
Sangre adentro con el vino
Cantan y bailan pa'l carnaval
Abren el pecho el tiempo arranca y los devuelve
Respiran odio quieren guardar todo el paisaje
Nunca se han ido tropiezan con la infancia
Llevan la polvareda siempre nublándoles la sombra
Un año más es carnaval pa'darse cuenta
El desarraigo prende al fondo del corazón
Son ellos los del viaje tierra adentro
Fugitivos de la historia maltratada
Sangre adentro con el vino
Cantan y bailan pa'l carnaval
Sangre adentro con el vino
Cantan y bailan pa'l carnaval
Letra y música: Roberto Cantos
Retiro al norte lleva una estrella por la via
Carnavaleando la desnudez de los que vuelven
Vuelven al pueblo como terrones de esperanza
El tren los lleva dejando atrás todo el silencio
Un año más es carnaval pa'darse cuenta
El desarraigo se les ahoga en el abrazo
Son ellos los del viaje tierra adentro
Fugitivos de la historia maltratada
Sangre adentro con el vino
Cantan y bailan pa'l carnaval
Abren el pecho el tiempo arranca y los devuelve
Respiran odio quieren guardar todo el paisaje
Nunca se han ido tropiezan con la infancia
Llevan la polvareda siempre nublándoles la sombra
Un año más es carnaval pa'darse cuenta
El desarraigo prende al fondo del corazón
Son ellos los del viaje tierra adentro
Fugitivos de la historia maltratada
Sangre adentro con el vino
Cantan y bailan pa'l carnaval
Sangre adentro con el vino
Cantan y bailan pa'l carnaval
La esperanza en el andén
Por Romualda Romero
http://laestrella.elerlich.com
Crecí mudándome de barrio varias veces. No tengo recuerdos de uno en especial al que pudiera considerarlo como mío. Hay una niebla borrosa y habitaciones donde se armaban y desarmaban cajas, hasta que acabamos en un último lugar, en la periferia urbana. Un barrio con el cielo de metal y gente que ya nacía triste.
Pero siempre tuve la casa de mi abuela. Todavía está ahí, como cuando era chica y el verano era algo para meterse adentro y hacerle cosquillas a las cosas. Jugábamos a la escondida en las veredas, detrás de los árboles; cansábamos la tarde en bicicleta a fuerza de dar vuelta a la manzana; nos agarraba la noche como si el día no hubiese sucedido.
Mi abuela y los vecinos salían en reposeras a la vereda. Dejaban la luz de los zaguanes prendida y conversaban a través de la calle sin necesidad de levantar la voz. Los chicos ligábamos palmeritas, bocaditos de sobremesa, galletas boca de dama, en una ronda distinta a los dos o tres mates circulantes según el gusto en cuestión. Había uno amargo - ¡no se te vaya a escapar ponerle azúcar al marroncito! - otro dulce, uno con cascarita, y los tres iban y venían como las naranjas con las que los malabaristas del desempleo juegan en los semáforos de la ciudad.
Eso era siempre, feriados y días de semana. Un rito mantenido con la fuerza de aquello que se sabe que no volverá.
Después cada uno migraba para adentro, recogía las banquetas y los yerberos, y se iba tendiendo un mantel de silencio, soplado sólo por una vibración. Empezaba en un escozor de las hojas del patio de luz, seguía en el temblequeo de los vidrios cortados de la medianera, y se hacía grande en el piso, las paredes y la araña del comedor.
A eso de las doce pasaba el tren.
Las vías estaban a una cuadra de la casa, y ahí donde iban a morir los petardos que sobraban de año nuevo, por la noche se deslizaba una maquina larga y poderosa, con aliento a utopía y libertad.
Cuando nos agarraba en la vereda, yo me quedaba embobada mirando pasar al tren, hipnotizada como nada más volví a estar en las hogueras de la adolescencia y cuando la partera me entregó al nene y lo tuve en mis brazos por primera vez.
El tren pasaba hacia allá. Iba apurado hacia la vida, con las luces prendidas y coche comedor.
Un día que me vio quietita ahí, como una nube de sueños, mi abuela me apoyó las manos en los hombros, y se me quedó parada atrás.
- Vos vas a ir ahí ariba, Romita. Un día vas a irte lejos y me vas a mandar una postal.
Yo aprendí a leer señalando las letras despintadas del Estrella del Norte. Eso me han dicho. Y si así no ha sido, elijo que haya sido así.
Ahí empezó mi viaje, el único que a esta altura me importa. Mi primera literatura fue un letrero de trenes.
Cuando los trenes eran argentinos, como los mejores libros del mundo. Y nuestros libros, una zona liberada. Una tierra de utopía y libertad.
Por Romualda Romero
http://laestrella.elerlich.com
Crecí mudándome de barrio varias veces. No tengo recuerdos de uno en especial al que pudiera considerarlo como mío. Hay una niebla borrosa y habitaciones donde se armaban y desarmaban cajas, hasta que acabamos en un último lugar, en la periferia urbana. Un barrio con el cielo de metal y gente que ya nacía triste.
Pero siempre tuve la casa de mi abuela. Todavía está ahí, como cuando era chica y el verano era algo para meterse adentro y hacerle cosquillas a las cosas. Jugábamos a la escondida en las veredas, detrás de los árboles; cansábamos la tarde en bicicleta a fuerza de dar vuelta a la manzana; nos agarraba la noche como si el día no hubiese sucedido.
Mi abuela y los vecinos salían en reposeras a la vereda. Dejaban la luz de los zaguanes prendida y conversaban a través de la calle sin necesidad de levantar la voz. Los chicos ligábamos palmeritas, bocaditos de sobremesa, galletas boca de dama, en una ronda distinta a los dos o tres mates circulantes según el gusto en cuestión. Había uno amargo - ¡no se te vaya a escapar ponerle azúcar al marroncito! - otro dulce, uno con cascarita, y los tres iban y venían como las naranjas con las que los malabaristas del desempleo juegan en los semáforos de la ciudad.
Eso era siempre, feriados y días de semana. Un rito mantenido con la fuerza de aquello que se sabe que no volverá.
Después cada uno migraba para adentro, recogía las banquetas y los yerberos, y se iba tendiendo un mantel de silencio, soplado sólo por una vibración. Empezaba en un escozor de las hojas del patio de luz, seguía en el temblequeo de los vidrios cortados de la medianera, y se hacía grande en el piso, las paredes y la araña del comedor.
A eso de las doce pasaba el tren.
Las vías estaban a una cuadra de la casa, y ahí donde iban a morir los petardos que sobraban de año nuevo, por la noche se deslizaba una maquina larga y poderosa, con aliento a utopía y libertad.
Cuando nos agarraba en la vereda, yo me quedaba embobada mirando pasar al tren, hipnotizada como nada más volví a estar en las hogueras de la adolescencia y cuando la partera me entregó al nene y lo tuve en mis brazos por primera vez.
El tren pasaba hacia allá. Iba apurado hacia la vida, con las luces prendidas y coche comedor.
Un día que me vio quietita ahí, como una nube de sueños, mi abuela me apoyó las manos en los hombros, y se me quedó parada atrás.
- Vos vas a ir ahí ariba, Romita. Un día vas a irte lejos y me vas a mandar una postal.
Yo aprendí a leer señalando las letras despintadas del Estrella del Norte. Eso me han dicho. Y si así no ha sido, elijo que haya sido así.
Ahí empezó mi viaje, el único que a esta altura me importa. Mi primera literatura fue un letrero de trenes.
Cuando los trenes eran argentinos, como los mejores libros del mundo. Y nuestros libros, una zona liberada. Una tierra de utopía y libertad.
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