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sábado, 14 de febrero de 2009

Mar del Sur




A 17 kilómetros de Miramar se encuentra esta pequeña localidad que nació para convertirse en el Gran Balneario Argentino.
Frustrado ese sueño, hoy es un lugar casi de "culto" marcado por la imponente figura del Hotel Boulevard Atlántico, último rescoldo de aquellos años.
Su propietario, Eduardo Gamba, aún sueña con algún acto oficial o iniciativa privada que permita salvar de la ruina al centenario edificio.


Un hotel glamoroso convertido en mito


Nota publicada en el Diario La Nación, el Sábado 1 de Octubre de 2005.

El Boulevard Atlántico fue un establecimiento cinco estrellas que recibió la visita de las familias más tradicionales del país.

MAR DEL SUR, partido de General Alvarado.- El Boulevard Atlántico Hotel es un lugar mágico, lleno de misterio, de atracciones secretas y de la gloria de los pioneros. Su sola visión remite a tiempos idos, en los que los hombres cargaban con sombreros sobre sus cabezas y las mujeres se bañaban en los mares completamente cubiertas de ropas. Este establecimiento tuvo todo el prestigio y lo que actualmente se valora como glamour.
El Boulevard Atlántico Hotel fue un establecimiento cinco estrellas, pero hoy algunos pedazos de cielo se pueden ver desde dentro del edificio, en medio de los tejados que se volaron.
Su historia no es una más. Es mucho más que un conglomerado de fechas y ladrillos. Es la historia de un pueblo. O como les gusta por estos pagos del partido de General Alvarado, donde el hotel permanece emplazado desafiando a su propia vergüenza, “Mar del Sud es un pueblo en un hotel”.
Al mismo tiempo, y tal vez para alimentar un poco más el mito que todavía lo sostiene, los responsables del hotel afirman que hay dando vueltas una millonaria inversión privada, para rehabilitar su alma perdida y recuperar el brillo que supo conseguir a finales del siglo XIX.
Así como en otras partes de la provincia los fuertes de frontera fueron los que marcaron hitos lugareños, el Boulevard Atlántico fue el gran responsable del surgimiento del pueblo. Alrededor del lugar en el que fue emplazado el establecimiento, no había nada. Ni iglesia, ni comisaría, ni escuela ni sede comunal. Fue el disparador de lo que hoy conocemos como Mar del Sur, incluso antes del surgimiento de Miramar, su vecina más cercana y crecida.
La historia del hotel comenzó allá por 1880, cuando se buscó convertir en esa zona el gran balneario argentino. Para eso, se contrató a especialistas alemanes para que, entre La Plata y Bahía Blanca, buscaran la mejor playa. Así, en tierras de la familia Otamendi, a fines de 1800 se empezó a soñar con la villa al norte del arroyo La Carolina y se comenzó a construir el que sería el Hotel Mar del Sur. Sin embargo, el avance de los médanos y la mala elección del lugar hizo malograr la iniciativa.
Lo que no naufragó fue la idea de construir un gran hotel, y para eso el Banco Constructor de la Plata, dirigido por Carlos Schweitzer, avanzó en la obra de un impactante establecimiento de estilo europeo, sin precedentes en el país.
En 1881 empezaron a juntarse los materiales para tamaña obra, lo que de por sí ya era impactante, porque debían movilizarse en carretas desde Mar del Plata. Todo demandó dos años. Unos años después, la obra estuvo culminada y comenzó a funcionar. Sin embargo, en medio de una gran crisis, durante el gobierno de Miguel Juárez Celman, el banco responsable de la obra quebró, su ideólogo se suicidó y el hotel quedó a la deriva.
En 1903 todo fue a remate en Dolores, y recién un año después comenzó lo que sería la verdadera explotación del lugar.
Inicialmente, sólo dormían en sus habitaciones los dueños y algunos invitados especiales. Sólo ellos podían disfrutar del lujo de los decorados, las vistas de las habitaciones, o transitar la gran alfombra roja que cubría la escalera central hacia el primer piso. Recién en 1911 se abrió por completo al público, con sus 90 habitaciones.
Por aquellos años, los pasajeros, en su mayoría de familias tradicionales, demostraban un gran interés por el lugar, ya que de otra manera no se explicaba que recorrieran en incómodos carruajes decenas de kilómetros por tierra. En sus amplios salones circularon también ruletas, pantallas de cine o parejas de bailes toda la noche.


Caídas y resurgimientos

Pero no todo fue glamour para el hotel, que también recorrió un largo espinel de cuestiones desagradables, desde un incendio que destruyó buena parte de las instalaciones hasta peleas entre los herederos.
Pero el Boulevard se recuperó, y entre 1983 y 1993 vivió su mejor época. Con 170 personas ocupando sus 90 habitaciones y pasajeros que sólo podían formar parte de ese exclusivo club a partir de una recomendación. En mayo y junio ya se tomaban reservas para el verano siguiente. La demanda fue tal que se debieron construir 10 departamentos en un terreno lindero, y la cocina se convirtió en tenedor libre.
En 1993 comenzó de nuevo la decadencia, y el 31 de octubre de ese año el hotel, cerrado hasta el verano, fue usurpado por un grupo de gente acusado de contrabando armas, drogas y prostitución. La situación se extendió hasta febrero de 1998, con un asesinato en el medio.
Cuando los dueños volvieron a entrar se encontraron con un verdadero desastre. Se habían dañado irremediablemente la mayoría de las habitaciones y se habían saqueado los muebles. En sus 460 metros cuadrados cubiertos, el 45 por ciento del yeso no servía más.
Pero el Boulevard Atlántico debía soportar todavía más calamidades. El 31 de enero de 1997, un tornado voló buena parte de los techos, por lo que el desastre se acrecentó. A un lado, las palmeras de más de 120 años de existencia fueron testigos privilegiados de lo que pudo ser y ya no era.
Desde ese momento, se inició una lenta reconstrucción del lugar, que llevó a que actualmente, durante las temporadas de verano, se alquilen los departamentos, y se busque poner en valor el resto del hotel. Y todo, a la espera de 1,5 millones de dólares que podría aportar un grupo inversor para tomar posesión del lugar.
Puertas adentro sólo esperan las paredes, un cuadro, un sillón, un espejo y un biombo, los únicos objetos que sobrevivieron al paso del tiempo.

Martin Glade - Diario La Nacion



Mar del Sur y la cultura

En el año 2002, el cineasta Mariano Llinás filmó una película titulada "Balnearios" que consta de varios episodios. En el primero de ellos se narra la historia del Hotel Boulevard Atlántico con algunos elementos fantásticos. El protagonismo está a cargo de Eduardo Gamba, propietario del hotel

El pionero del rock nacional, Moris, vivió (o imaginó) una historia de amor en el lugar y la hizo canción. Esta está incluida en su disco "Sur y Después" editado en 1995.


La Gaviota

Letra y música: Mauricio Birabent (Moris)


La gaviota voló y en el mar se perdió
y en la arena estábamos tú y yo.
Sos la piba del mar,corazón de ciudad,
veraneante del sexo fugaz y de Mar del Sur.

Yo venía del mar, vos de la Capital
veraneante del sexo fugaz.
Y casual fue el amor en aquel viejo hotel,
mi guitarra y después tu piel.

Mi guitarra lloró frente al sol
y la luna iluminaba el amor.
¿Cuánto tiempo pasó hasta que el sol brilló?
Yo te espero en los mares, en los Mares del Sur.

Yo te espero, amor, en aquel viejo hotel.
La gaviota voló a los Mares del Sur
Y yo voy, y yo voy a los Mares del Sur.



Una curiosidad llamada Mar del Sur


Quedan balnearios bonaerenses con aires pueblerinos, lejos del teléfono celular. Como éste, un lugar al que se vuelve, aseguran, una y otra vez

Publicado en "La Nación" el domingo 21 de enero de 2007


MAR DEL SUR.- Acá, en este pueblito agreste sobre el mar, se ven cosas curiosas.
La más llamativa tal vez sea ese hotel descomunal, el Boulevard Atlántico, que sobresale por encima de las casas y resiste con porfía el paso del tiempo. También está su propietario, un personaje que alguna vez interpretó a Drácula en el cine y que hoy vive casi atrincherado en esa mole de aires surrealistas y bellamente anacrónicos. Pero hay otras: una Virgencita a la que, entre otras ofrendas, se le dejan ojotas; una casa totalmente recubierta de caracoles (su dueño, un jubilado ferroviario de origen alemán, tardó 12 años en completar la obra); un bulevar de palmeras que se adaptaron al frío, aunque quedaron medio enclenques, o una irlandesa como Jacinta Deignan comiendo strogonoff en Makarska, el restaurante croata del pueblo (y prácticamente el único en el lugar, a decir verdad).
Así es Mar del Sur. Desconocido para buena parte de los argentinos, es capaz de aparecer en una guía turística inglesa y despertar la curiosidad de una dublinense con ganas de viajar y descansar. Porque, en definitiva, eso es Mar del Sur: un viaje al descanso.
A sólo 17 kilómetros de Miramar, esta franja de costa que nació con sueños de grandeza, con la promesa de ser el Gran Balneario Argentino, es hoy muy diferente de su vecino más famoso. Aquí no hay edificios, ni casinos, ni centros comerciales, ni discotecas, ni cines, ni semáforos, ni tantas otras cosas. Y para los habitués del lugar, esos que llegan todos los años con una fidelidad que conmueve, mejor que sea así. Mejor que el esperado ferrocarril, allá por fines del siglo XIX, no haya llegado nunca. Y que el espíritu de esta villa, que es mezcla de campo y playa, donde todos se conocen y saludan con la familiaridad de amigos, haya quedado intacto.
Ahí nomás, entre las casas, detrás de las rocas, desparramados entre los pastizales o bordeando los campos sembrados, todavía andan a sus anchas ovejas, vacas y caballos. Que nadie sabe bien de quién son, pero ahí andan. A veces se meten en el jardín de algún vecino, y entonces sale el dueño de casa a espantarlos para que no coman las plantas. Y al decir plantas hablamos de los cardos que crecen salvajes, con las flores violetas que salpican ese paisaje de pampa indómita.
Mar del Sur podría dividirse en dos. Por un lado, lo que sería el centro, con sus primeras casas construidas de espaldas al mar, resguardadas del viento (que por aquí sopla fuerte) entre una arboleda frondosa. Allí está la calle principal, la 100, única asfaltada del pueblo. A su vera hay dos supermercados; un polirrubro; una heladería; una casa de empanadas; un restaurante; el único pub (Laurel & Hardy); una verdulería; un puñadito de hoteles, además del Boulevard Atlántico, por supuesto; un local de videojuegos, otro de Internet, y eso es todo.
Después, más al Sur, en el sector Rocas Negras, están las casas más nuevas, esas que prácticamente se caen sobre el mar, que empezaron a construirlas tímidamente al principio, y con mayor ímpetu en los últimos cinco o seis años. Porque, claro, no son muchos los lugares en la costa en los que se puede tener un terreno sobre la playa por 20 mil o 30 mil dólares. O una casa en segunda línea, con precios similares a los de un dos ambientes en Buenos Aires.
Hay de todo, eso sí. Casitas que son un sueño, casas importantes, casas simples y modernas (entre ellas, algunas que comienzan a construirlas directamente para la venta), y casas que sencillamente no valen nada, piden a gritos una mano de pintura o parecen haber sido levantadas en el lugar equivocado (hay un par de construcciones alpinas, por ejemplo).
Pero la desprolijidad también es parte del encanto de este pueblo que se armó sin normas, que puede tener una casa apiñada sobre otra, o colgada de un pequeño acantilado en el medio de la nada. También un taxista puede ser vecino de un empresario, o un empresario de un actor (por acá veranean Alicia Bruzzo, Luisa Kuliok y, más recientemente, Boy Olmi y Carola Reyna), o un actor de un futbolista (el Tanque Rojas fue otro asiduo visitante).
Hace un par de años, Mar del Sur saltó por primera vez a algunos titulares por una mala noticia: una ola de robos. Pero las costumbres pueblerinas no cambiaron, la gente anda sin miedo, y aún son varios los que van a la playa y dejan la puerta sin llave, o los que jamás ponen candados en las bicicletas. Porque, hay que aclarar, bicicletas y caballos son medios de transporte tan válidos como los autos, e incluso a veces más populares. De hecho, Mar del Sur es una suerte de slow city improvisada. Sin quererlo, fue reuniendo la mayoría de los requisitos de esta filosofía, que podría resumirse en vivir la vida sin prisa. Sin prisa ni ruidos, luces de neón, ni incluso teléfonos celulares (no es a propósito: acá no hay señal).
Podrían decirse muchas cosas de Mar del Sur, en verdad. También de su gente. Gente que quiere tanto estas tierras de mar y viento como el más apasionado hincha de fútbol al club de sus amores. Y que vuelve, siempre vuelve.como llegar
En auto, por la ruta 2 hasta Mar del Plata, luego por la 11 hasta Mar del Sur (17 km pasando Miramar). El ómnibus llega hasta Miramar; de allí se puede tomar un colectivo local.

Por Teresa Bausili



Historia de un gigante a la deriva

Mientras la mayoría de los pueblos costeros surgía con un puñado de casitas primero, el trazado de algunas calles después, acá se levantó un hotel de 4500 metros cubiertos, techo de pizarra francesa y más de noventa habitaciones. Todo en medio de médanos infinitos y la promesa de que aquél sería el mejor balneario argentino.
El Boulevard Atlántico fue edificado en 1886, por alemanes y argentinos agrupados en un banco de La Plata. Pero apenas estuvo terminado estalló la crisis del 90, el banco quebró, el esperado ferrocarril nunca llegó y el hotel quedó a la deriva. Lo siguiente podría inspirar decenas de libros y películas (el cineasta Mariano Llinás ya realizó aquí Balnearios ). En 120 años, la mole neoclásica resistió tornados y diluvios, sufrió un incendio y saqueos, pasó del esplendor a la decadencia. Alojó desde inmigrantes judíos que en 1891 llegaron en el vapor Pampa hasta elegantes huéspedes que venían en carruajes desde Miramar. El semanario italiano Oggi incluso desliza que allí se refugió Hitler, cuando la derrota alemana era inminente.
En 1972, luego de pasar por varias manos, Eduardo Gamba, asiduo veraneante y actor amateur (dice que hizo de Drácula en Penumbras y actuó en La Fierecilla Domada y Recuerdos del pasado ), compró el hotel, que funcionó a pleno hasta 1993, cuando fue usurpado por un grupo de contrabandistas. Su dueño pudo recuperarlo cuatro años más tarde, cuando ya se había venido abajo. Hoy, entre paredes desvencijadas, motos en la cocina y gatos flacuchos, sólo vive Gamba, el hombre que sueña con alguna inversión que rescate al gigante del olvido y la vergüenza. "Pero si el hotel se hunde, yo me hundo con él", sentencia.

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